La Segunda Oportunidad (IX): gratitud, el efecto sanador de las palabras

El otro día recordé una conversación mantenida hace ya algún tiempo con uno de mis hermanos.

En ella me confesaba que, leyendo lo que escribo, tenía la impresión de que mi vida había sido un desastre hasta la fecha, y que había sido realmente desgraciado, lo que para él era toda una sorpresa.

Mi hermano no fue consciente en aquel momento del fuerte impacto que sus palabras tuvieron en mí. La conversación siguió su curso, pero su comentario se había quedado anclado en mi cerebro como una carga profunda que tardé mucho tiempo, quizás demasiado, en entender, aceptar y verbalizar.

La puntilla me la dio una colaboradora. Me dijo hace unos días que cuando leyó mi blog le llamó la atención que escribía mucho sobre las vicisitudes de mi etapa profesional (normalmente con el foco puesto en lo que me hacía sufrir) y que en cambio no hacía nunca mención a las personas que habían estado a mi lado apoyándome y ayudándome durante ese tiempo, que estaba segura habían sido muchas.

Mi intención al escribir este blog siempre ha sido que fuese útil para alguien que estuviese realizando un viaje por el mundo corporativo (y por la vida) parecido al mío, y compartir a través de mi experiencia las diferentes etapas del camino con sus correspondientes aprendizajes. Algo que a mí me hubiera gustado que hubiesen hecho conmigo.

         El efecto sanador de hablar de nosotros

Reconozco también que escribir sobre mis experiencias tiene bastante de liberador y sanador. Yo, que siempre he intentado enseñar solo mi parte amable y bonita, mostrarme tal y como soy me sienta divinamente. Se vive mucho mejor así.

Lo cierto es que, en esta trayectoria de autoconsciencia y enseñanzas, uno tiende a cargar las tintas sobre los errores cometidos más que sobre los aciertos (¡maldita cultura!), igual que tiende a profundizar más sobre sus sombras que en aquello que ya le es conocido y reconocido por los demás.

Eso no quiere decir que toda mi vida haya estado cargada de sufrimiento y dolor, ni mucho menos. Y bueno es decirlo.

Siempre me he considerado un privilegiado, sin duda. Aunque es cierto que visto desde fuera seguramente más que desde dentro. Mis recuerdos son de una infancia y adolescencia “normal” y feliz. Lo mismo que los de mi época de estudiante y también en toda mi carrera profesional.

Guardo en mi memoria experiencias fantásticas en todas las etapas del camino. Y en todas ellas siempre he tenido a mi lado personas extraordinarias: mis padres, hermanos, amigos, parejas, hijos, compañeros.

Soy un poco de todos ellos. Les debo mi historia y, lo más importante, en mi piel están tatuadas todas las emociones y los sentimientos vividos con ellos.

Sin su aliento no hubiera tenido suficiente aire para respirar. Mi gratitud es inmensa. Y no solo hacia ellos, también hacia el universo y la Vida. Cuando uno piensa en grande es cuando de verdad se siente un privilegiado, sin matices de ningún tipo.

A medida que vas creciendo te enseñan a coger del mundo lo que quieres y puedes. Te acostumbras a ello y hasta piensas que tienes el derecho a hacerlo. En este contexto la palabra Gratitud ni existe ni tiene sentido.

La Segunda Oportunidad tiene que ver también con reconocer todo lo que los demás te dan cada día. Y hacerlo también con aquello que está por encima de nosotros, llámese Vida, Dios o Universo, porque cuando reconoces lo que recibes, te acostumbras a dar.

 

 

 

 

 

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