La Segunda Oportunidad (X): Help!

En el último post escribí sobre la gratitud que siento hacia las personas que me han acompañado durante toda mi vida. 57 años son bastantes años. Tiempo suficiente para vivir un sinfín de emociones, conversaciones, caricias, lloros, enfados, risas, miradas, corazón y piel, cabeza y estómago.

Cuando lo escribí intenté encontrar un trazo común en cómo las personas a las que quería mostrar esa gratitud me habían ayudado en las diferentes etapas de mi vida. He necesitado dejar que pase un tiempo para que fuera tomando forma y finalmente dar con ello. Lo puedo resumir en que siempre han estado allí, a mi lado, cuando yo las he necesitado. Esto, que parece tan sencillo, en mi caso no lo es tanto.

Explicaré el porqué.

Pedir ayuda nunca ha sido mi fuerte. Mi sentido de valía siempre ha ido de la mano de mantenerme algo distante, poco vinculado emocionalmente y mostrándome muy seguro de mí mismo. El patrón de comportamiento de la protección ha sido mi compañero de aventuras durante todo este tiempo. Y lo sigue siendo, aunque ya no ocupa un lugar tan importante. Reconocimiento, aceptación y valentía para cambiar es la receta.

Mostrarse vulnerable

Estar en la alta dirección de una empresa suele jugar en contra del pedir ayuda. Las estructuras tan jerarquizadas y verticales, tan competitivas y en las que la meritocracia es el faro que guía las acciones y los comportamientos, tienden a producir el efecto “yo me lo guiso y yo me lo como”.

Compartir en público los errores, reconocer nuestra propia ignorancia y pedir ayuda son cartas que normalmente no se ponen encima de la mesa. En muchas organizaciones está mal visto, no por pensamiento o convicción (en ningún lugar aparece escrito que no se deba pedir ayuda), pero sí por la cultura de liderazgo que se respira en ella (la que de verdad guía los comportamientos y los hechos). Este es el  pan de cada día cuando trabajo con equipos directivos.

La consecuencia es inmediata y muy perniciosa para todos. La organización va frenada (pérdida de eficiencia, baja accountability), hay mucho más sufrimiento (desgaste personal), desmotivación (falta de proyecto ilusionante) y, lo peor de todo, la integridad hace aguas (incoherencia entre lo que se dice y lo que se hace).

¿Cuántas veces hemos oído de alguien “debemos trabajar más en equipo” y al mismo tiempo actuar de un modo muy controlador, sin capacidad de escucha, sin saber cómo delegar o empoderar a las personas de su equipo y ni siquiera estar abierto al feedback?

Por el contrario, en aquellas organizaciones en las que el pedir ayuda o el mostrar la vulnerabilidad es moneda común, se respira un aire fresco y limpio, se trabaja verdaderamente en equipo y no solo la eficiencia es muy alta, sino que se crea un ambiente y un espacio en el que las personas quieren estar y contribuir.

Soltar lastre y simplificar tu vida

Cambiar este patrón de comportamiento no es nada fácil, y lo digo por propia experiencia. Muchas veces mis valores de independencia y libertad los he asociado a “debes ser capaz de hacerlo tú solo”, lo que está muy bien y me ha ayudado mucho a desarrollarme como persona en algunos aspectos (ser autónomo e independiente, decidido y rápido en la toma de decisiones), aunque al mismo tiempo me ha limitado en otros muchos (ser un verdadero jugador de equipo cuando yo no estoy al mando, entender bien las motivaciones profundas de los demás, o desarrollar capacidad de autocrítica).

Y si para mí el pedir ayuda ha sido siempre difícil, ¿cómo es que las personas más cercanas a mí han sabido estar a mi lado cuando yo lo necesitaba? Es una buena pregunta para la que no tengo una respuesta clara. Pero sí puedo hacer algunas hipótesis sobre qué es lo que yo he proyectado en mis relaciones y que seguramente ha ayudado a contrarrestar la distancia que de un modo inconsciente he ido generando al mostrarme tan “autosuficiente”.

  • Ser generoso.

  • Tener paciencia y escuchar más que hablar.

  • Ser fiable y creíble.

  • Ser honesto en mis intenciones.

  • Tener confianza en el ser humano.

Saber pedir ayuda cuando lo necesitas, y saber hacerlo también en el contexto empresarial, te simplifica mucho la vida, te aligera del peso que llevas y te acerca mucho a las personas de tu entorno. Te hace LÍDER en mayúsculas.

Crea tu Segunda Oportunidad.

 

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