La honestidad como principio y final
Foto © New York Times
Cuando Jacinda Ardern anunció su intención de dejar de ser la primera ministra de Nueva Zelanda, hace un par de semanas, mi primer pensamiento fue que dejaría un vacío de liderazgo. Más allá de la política y de vivir a las antípodas de Ardern, había seguido su estilo de liderazgo joven, en femenino, empático, y ejemplar en varios aspectos. La revista Times calificó su agenda de “compasión y comunidad” y la ha mantenido hasta el final cuando, con una sonrisa, pidió a sus compatriotas que fueran fuertes y amables.
“Espero dejar a los neozelandeses con la creencia de que pueden ser amables pero fuertes, empáticos pero decisivos, optimistas pero realistas. Y que pueden ser su propio líder”. Con esta oda al liderazgo contemporáneo, Ardern comunicó su marcha de forma asertiva, clara y sencilla. Esto en cuanto a la forma y en lo referente al contenido, me pareció una demostración de la integridad que siempre me gusta subrayar porque para mí es un tótem.
“Ya no tengo suficiente energía para desarrollar el cargo como es debido” fue la principal causa que alegó. A continuación dijo que quería pasar más tiempo con su hija y poder casarse finalmente con su prometido, a lo que añadió “soy humana” como si debiera justificarse por ello.
Las palabras de despedida de Jacinda Arden me han recordado a las de Pep Guardiola, en la rueda de prensa donde anunció su decisión de dejar el cargo de entrenador del F.C. Barcelona. “Me he vaciado y necesito llenarme” fue el argumento principal de Guardiola, quién se abrió a reconocer que “Creo que quién ocupe mi lugar dará algo que yo ya no puedo dar. Necesitas transmitir energía para transmitir las cosas. Yo la tengo que recuperar y eso sólo lo puedo hacer descansando. Siento que he perdido la energía”.
La decisión de Arden, igual que la de Guardiola en su momento, ha sorprendido a muchos, pero no la convierte en alguien vulnerable. Al contrario, refuerza su trayectoria como Líder en mayúsculas por su muestra de honestidad y valentía. Hoy en día, la ejemplaridad es sin duda un valor fundamental del liderazgo. Más aún en aquellos casos muy visibles y con un gran poder de influencia como pueden ser los políticos o las personas de la alta dirección de una empresa.
Ser consciente del “Para mí ha llegado la hora” y consecuente con ello, como lo ha sido Ardern, no es lo más habitual hoy en día, cuando muchos se aferran al cargo o se apegan a él aunque reconozcan que hay algo de insano en ello.
Es inevitable que, por mi trayectoria, me vengan a la memoria mis propios recuerdos cuando dejé la alta dirección y empecé a formarme como coach. Me asaltan varias preguntas que al final son el origen del porqué me dedico yo al coaching ejecutivo.
- Si yo no hubiera tenido una cierta seguridad financiera, ¿hubiera tomado la misma decisión de salir del mundo corporativo?
- ¿Cómo afectan nuestros miedos o inseguridades a nuestras decisiones y qué es lo que realmente está en nuestras manos y qué no?
- ¿Somos los dueños de nuestro propio destino?
- ¿Hasta qué punto cuando “nos vaciamos” es porque es algo inevitable o porque no disponemos de las herramientas adecuadas de gestión o de liderazgo en cada momento?
- ¿Qué nos puede aportar el desarrollo del liderazgo y el conocimiento de uno mismo para “vivir mejor”?
No tengo una respuesta clara a todas estas preguntas, de lo que sí estoy seguro es que tenemos en nuestras manos mucho más poder del que imaginamos. Y que, independientemente del contexto y la situación de cada uno, la coherencia con uno mismo es siempre la mejor opción. La honestidad como principio y final. Como Arden.
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