Por favor, no disparen al CEO
Ser pianista en la época de las películas del oeste era una profesión de riesgo. Solía ser el blanco perfecto en las peleas del saloon porque, además, no estaba armado y tenía las manos ocupadas. De ahí la frase “Por favor, no disparen al pianista» que se podía leer en algún cartel próximo al lugar que ocupaba el piano. A menudo me recuerda al puesto de director general de una empresa u organización. Cuántas veces me sentí pianista cuando yo era el CEO y cuántas otras lo habré escuchado en boca de mis clientes, ahora que me dedico al Coaching Ejecutivo de Alta Dirección, que a menudo se sienten así.
“La culpa es del jefe” es una especie de mantra que, a mi modo de ver, se repite con demasiada frecuencia y ligereza, sobre todo cuando el contexto no es el esperado y hay una viciada necesidad de buscar un culpable. Echar las culpas de todo hacia arriba es un tópico fácil que, tanto por experiencia como siendo testigo en diferentes empresas, sé que ocurre con cierta inercia. Es cierto que el o la CEO es quien tiene mayor poder de influencia pero, precisamente por ello, merece consideración y una empatía que escasea en el organigrama de muchas empresas.
En la foto general de la estructura organizacional, el CEO es como el hermano del medio, el jamón del bocadillo entre el Consejo de Administración y los empleados. Una posición intermedia entre los accionistas y la organización que se traduce en un constante juego de equilibrios entre satisfacer los deseos y objetivos de unos, y las necesidades y demandas laborales de los otros. Y todo ello manejando mucha información confidencial y teniendo claro que, en el fondo, es un empleado más.
Su papel de mediador entre ambos niveles de la empresa me recuerda a las esclusas que se construyeron en el río Nilo para facilitar la navegación, una especie de ascensores de agua que permiten comunicar cursos de agua de distintos niveles. A un nivel se sitúan los objetivos de la empresa, que básicamente es ganar dinero. En el otro, la voluntad del CEO de cambiar cosas, aunque a menudo se siente maniatado por las circunstancias.
Para cambiarlas y no morir en el intento, es decir conservar el puesto para poder llevar a cabo los cambios, el juego de equilibrio entonces se asemeja más aquellos hombres que veíamos en televisión colocando platos sobre palos y haciéndolos girar sin parar y, a pesar de la tensión, mantener un equilibrio perfecto. Que todos los platos sigan girando, a pesar de la fragilidad y que ninguno se rompa es ardua tarea del CEO quién, periódicamente, debe reportar al Consejo de Administración sobre lo que se lleva a cabo, cómo se hace, el cash-flow, desviaciones de presupuesto, etc. Y, al mismo tiempo, plantear nuevas propuestas sin despertar el temor de los accionistas de no estar priorizando el beneficio económico.
Obviamente hay CEOs mejores y peores, como en todas partes. Pero mucha de la gente que critica con facilidad al CEO no sabe lo difícil que es serlo. Sería muy sano rebajar la crítica vaga, poco consistente e injusta, y alejar de la empresa prejuicios o cantinelas como “va con el cargo, con lo que gana, no se puede quejar…”. En muchos casos es más fácil disparar al pianista que mirarse al ombligo uno mismo. Lo cierto es que, aunque no lo hace, el CEO sí que se puede quejar, por ejemplo, por tener mucha información de la empresa, que no pueden compartir, y que a veces pesa demasiado. O se podría quejar también cuando comprueba que a los empleados les cuesta socializar con él o ella y, poco a poco, se van alejando. La consecuencia de todo ello es que el CEO se va aislando, desconectándose del entorno, pero también de sí mismo y refugiándose en una burbuja que a veces, como fue mi caso, acaba petando.
Por eso créanme cuando les digo que la Executive isolation o CEO Loneliness, como la define Harvard Business Review, es una contrapartida muy alta para alguien que intenta dirigir una empresa sacando todo y todos adelante, y a quién la vieja broma anglosajona de It might be lonely at the top, but the view is terrific (“puede que se sienta solo en la cima, pero la vista es estupenda”) no le hace sonreír.
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