La Segunda Oportunidad (II): la soledad del directivo y un cartel de “recién pintado”

La soledad del directivo. Cuántas veces lo he escuchado o leído. Cuántas veces yo mismo lo he sentido en mi propia piel. Cuando ejercía de directivo su presencia era cada vez más notoria a medida que iba subiendo en el escalafón de la organización. La soledad del directivo es un tipo de soledad que pesa, que te hace sufrir, que te hace la vida más compleja y difícil. De algún modo es inherente al mundo corporativo convencional.

La gran mayoría de las organizaciones actuales miden su éxito en base a cifras, a objetivos de crecimiento y a la innovación permanente que busca crear nuevas necesidades de consumo. En el plano individual, el éxito de los directivos viene dado en función del dinero que ganan y el reconocimiento público que obtienen.

Cuando llegas a un cargo de alta dirección en una empresa es habitual sentirte muy solo. Ser el ganador de esa alocada carrera por el “éxito” te lleva, más tarde o temprano, a cuestionarte por el significado real de esa palabra. Te preguntas si hay algo con más sentido más allá del propio interés personal. Cuando llegas a la cima, miras a tu alrededor y dices: ¿de verdad no hay nada más?

Llegado a este punto, ¿con quién compartir estas reflexiones y preguntas en un mundo en el que todos te ven como ganador? ¿Cómo dejar a un lado el ego tan bien alimentado por el “éxito” y reconocer que estás cansado, que ganar más dinero o tener más “poder” en la organización ya no te motiva, que lo de tener tu vida bajo “control” es simple apariencia?

Un círculo vicioso perfecto

La soledad del directivo nace de dos fuentes. Una es externa: el sistema en el que vive el directivo. Un sistema de organizaciones jerarquizadas que utilizan la información como herramienta de poder, donde las preguntas incómodas nunca se ponen encima de la mesa y en las que el éxito individual (dinero y reconocimiento social) está muy sobrevalorado. La otra fuente es interna. Son las limitaciones del directivo, sus miedos y su propio ego. Le bloquean y le impiden poner en juego todo su potencial. Juntas, la parte sistémica y la parte individual, forman un círculo vicioso perfecto. El sistema le dice al directivo “No te preocupes, si sigues como siempre, tendrás el dinero y el reconocimiento que necesitas para triunfar”.

El directivo se dice a sí mismo: «el sistema funciona así, yo no lo puedo cambiar, y además, soy bueno y me lo merezco”. La consecuencia es que, inevitablemente, el manto de soledad se extiende como cuando cae la noche.

El mundo corporativo necesita cambiar y darse una Segunda Oportunidad para acabar con la soledad del directivo. Y eso solo lo pueden hacer ellos mismos.

Responsabilidad, liderazgo, contribución

La Segunda Oportunidad tiene que ver con asumir la responsabilidad para liderar y contribuir a la transformación de la cultura de la organización. De ser modelo de lo que nos gustaría ver en ella. Con compartir con las personas de nuestro entorno esas preguntas que son incómodas. Dejar a un lado el ego y mostrarnos vulnerables ante ellos para crecer todos juntos y así llegar más lejos. Seguir trabajando en la obtención de resultados, pero hacerlo desde un lugar que tenga más sentido para toda la organización, que motive a las personas que la componen y las lleve a disfrutar de su trabajo. Permitir que cada uno pueda aportar su 100%, empezando siempre por uno mismo.

Cambiar las palabras éxito, poder y control por responsabilidad, liderazgo y contribución.

Un mes y medio de confinamiento me ha conectado con mi propia experiencia de la soledad del directivo. Por un lado, teniendo muy en cuenta que hay algo externo, del sistema, que me complica la vida y me conecta con esa soledad que pesa, que trae sufrimiento, que es la prohibición expresa de salir de casa por el dichoso virus y que me está impidiendo vivir en plenitud. Pero, por el otro, disfrutando del tiempo para mí, refugiado en mi cueva en la que tan a gustito estoy, como si volviera al estudio de mi adolescencia donde escribía poesía y escuchaba música de madrugada.

Mi Segunda Oportunidad, en este momento de reclusión, es centrarme en lo que está en mi mano y no dejarme arrastrar por lo que no lo está. En vivir esta experiencia de un modo responsable, sin perder mi liderazgo interior y estando siempre muy presente. Así puedo tener una perspectiva más clara de todo lo que me estoy perdiendo, pero también de todo lo que estoy ganando. Puedo dar el valor a la Vida que realmente le corresponde: a una conversación, a un gesto, a una mirada, a un viaje, al olor a ropa limpia, a un baño en el mar, a una reunión presencial, a un abrazo… a la Vida misma.

Es como si los colores hubieran perdido su brillo con el tiempo, de tanto usarlos. Ahora, de pronto, vuelven a ser luminosos y a mostrarse en su máximo esplendor. Como si todo lo que rodea al ser humano tuviese un cartel de “recién pintado”. Y todos esos colores están en mi mirada, si quiero. Solo hace falta que abra los ojos.

¿Qué puedes hacer tú con tu Segunda Oportunidad?

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