Relativizar el tiempo
Volver a recordar que el tiempo es relativo es uno de los regalos que nos llegan envueltos por las vacaciones. Si es que tenemos la suerte de tenerlas, claro. De disfrutarlas en condiciones reduciendo los niveles de cortisol y rebajando la dependencia del móvil y del ordenador. Al principio cuesta, e incluso la primera semana nos puede llegar a sentar mal si no nos acercamos a las vacaciones reduciendo progresivamente de marcha.
Por lo que percibo en los programas de coaching que ofrecemos con mis compañeros de Addventure, muchos equipos llegan cada vez más exhaustos al periodo vacacional. Algunos, me atrevería a decir que llegan rotos. Desde la perspectiva que me dan estas sesiones, en las que creamos un marco de confianza para sumergirnos en los bloqueos y las disfunciones del equipo, advierto que la angustiosa falta de tiempo es una constante y tiene su origen en las métricas de éxito de las empresas.
La prioridad de aumentar las ventas de forma continuada se traduce en una exigencia permanente y un estrés latente que muchos sabemos, porque lo hemos padecido, que es altamente tóxico y perjudicial para la salud. La inercia que está tomando esta bola de nieve de promover el crecimiento sin freno me inquieta porque puede acabar convirtiéndose en un peligroso alud, si se fuerza la máquina con indiferencia ante los previsibles efectos secundarios en las personas.
No suele ser hasta la segunda semana de vacaciones que empezamos a doblarle el pulso a la adrenalina y se asoma la tímida reflexión sobre la avidez con la que trabajamos. La mejor manera de definir esta avidez es su antónimo: moderación. Pero la moderación, necesaria para tomar buenas decisiones, para pensar en la eficiencia organizacional y para desarrollar el pensamiento creativo ha dejado de estar bien vista. Al alejarse del modo sprint permanente en el que muchas organizaciones están instaladas -y no sólo cuando la coyuntura de un momento lo precisa- tener tiempo para trabajar bien ya no se considera una buena estrategia, porque la vara de medir es la capacidad de respuesta rápida.
Pero a mi modo de ver, trabajar con calma no quiere decir tumbarse a la bartola, sino poder asimilar la aceleración de los procesos promovida por unas tecnologías de vértigo que nos atropellan permanentemente y digerir los cambios entendiendo su naturaleza y transcendencia. También analizar y comprender los éxitos y los fracasos como lecciones de aprendizaje y dejar de alternar o solapar los proyectos de forma que aún no hemos terminado uno y ya estamos en el siguiente, por ejemplo.
Y justo cuando hemos conseguido recuperar esa sensación de que el tiempo es relativo, nos hemos descomprimido y hemos descansado situando nuestra atención más en lo que hacemos y menos en el móvil o el ordenador, toca volver. Deseo que el reset de las vacaciones no sea en vano, que nos salten las alarmas internas cuando vuelva la sensación de que el tiempo se nos escapa o cuando nos seduzca la inercia multitasking para rendir al máximo y cumplir, aunque sea a costa de una peligrosa desconexión de uno mismo. Porque el propio bienestar es, al fin y al cabo, lo que nos convierte en buenos profesionales ya que nos permite aportar la mejor versión de nosotros mismos en el trabajo.
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