Saber leer la empresa, como la viña
Pasear por las viñas de Binifadet, en Menorca, siempre me lleva a reflexionar sobre la presencia y cómo, en la urgencia del día a día, a veces perdemos de vista lo importante. Lo esencial. Pisar esa tierra que huele a sabiduría y verdad me lleva a ello.
Desde hace más de una década, colaboro con las Bodegas Binifadet, no solo desde una implicación profesional sino también emocional. Lo que me llevó hasta allí no fue un business plan ni un retorno financiero proyectado, sino algo más visceral: la confianza. Esa que encontré en Carlos Anglés, su fundador, y más tarde en su hijo Luis, el actual director, con quien comparto, entre otras cosas, una mirada atenta, un respeto por lo auténtico y un compromiso con hacer las cosas bien.
Me gusta pasear y conversar con Luis entre las viñas de las diferentes parcelas, las tancas delimitadas por paredes de piedra seca donde tenemos las variedades autóctonas. De una forma orgánica, me he ido introduciendo en la viticultura y estoy aprendiendo a leer la viña y a entender la influencia que tiene en nuestros vinos el terroir del sur de Menorca, ese subsuelo calcáreo de marés cubierto por una capa de tierra arcillosa que les aporta personalidad y carácter.
Este verano, en una de esas caminatas bajo un cielo que amenazaba tormenta, conecté con lo que significa estar verdaderamente presente en una organización. No solo cuando suenan las alarmas o se acerca la vendimia, el momento crítico de recogida del fruto, sino cada día, en lo cotidiano, donde se gesta la calidad real.
Porque leer la viña no es solo mirar. Es interpretar lo que dice la planta, lo que calla el clima, lo que anticipa la tierra. No basta con un plan trazado de antemano. Hay que saber cuándo intervenir y cuándo esperar. Distinguir lo importante de lo urgente. Saber que, si no se actúa en el momento justo, se puede echar a perder toda una añada.
Con las empresas pasa exactamente lo mismo.
Nos pasamos el año trabajando a destajo, confiando en que cuando llegue el momento estaremos listos para decidir, para cambiar, para liderar. Pero la verdad es que solo aquellos equipos que se entrenan para estar atentos, conectados y alineados son los que realmente aciertan en el momento clave.
Como en la viña, en las organizaciones el éxito no depende de grandes fuegos artificiales, sino de la capacidad de estar encima de las cosas que importan antes de que sean urgentes.
Esto implica:
- Escuchar los pequeños síntomas de desajuste cultural o emocional.
- Corregir desviaciones de rumbo antes de que sea demasiado tarde.
- Alinear al equipo cuando todavía hay margen para influir, y no cuando ya es demasiado caro o doloroso.
- Estar, realmente estar, cada día. No solo pasar lista.
En Binifadet, durante la vendimia, todo el equipo sabe perfectamente qué hacer, cuándo hacerlo y cómo hacerlo. No hay lugar para dudas ni para egos. La clave no está en la jerarquía, sino en la claridad compartida. Porque cada decisión rápida ha sido posible gracias a muchas conversaciones previas, mucha observación, y un liderazgo presente.
Esta es una lección que llevo también a las organizaciones con las que trabajo. Y suelo lanzar esta pregunta: “¿Hasta qué punto estás encima de las cosas importantes, a diario?” No me refiero a estar presente en las reuniones o contestar correos a las once de la noche. Hablo de presencia real, la que es emocional, estratégica y humana.
Cada vez veo más líderes que desean un cambio de estilo, más conectado, más consciente, más transformador. Pero muchos aún caen en la trampa del piloto automático, la distancia emocional o la falsa sensación de control.
Como en la viña, la clave no está en hacerlo todo, sino en saber cuándo y cómo intervenir con inteligencia, respeto y agilidad. Porque el liderazgo que no escucha, no observa y no ajusta, acaba recogiendo muy poco.
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