¿Qué hace un ingeniero de caminos, canales y puertos, en el mundo del coaching? (III)
Autoconsciencia.
Soy el cuarto de 7 hermanos, 2 chicas y después 5 chicos seguidos. Recibí, como muchos en aquella época, una educación marcadamente religiosa y estricta. Crecí y me formé en un mundo de hombres: en casa, en el colegio, en la universidad y en la empresa. De niño pensaba que era adoptado; cuando lo comento con mis hermanos se ríen de mí, porque siempre me han dicho que era el preferido de mis padres. Quizá porque estuve a un paso de la muerte cuando nací, o también porque después fui el único que siguió la saga familiar de los ingenieros de caminos. Pero el carácter de cada uno se forma en función de cómo lo vives tú y no de lo que piensa el resto.
Aprendí que mi valor estaba en mis logros. De este modo obtenía reconocimiento y me hacía visible a los demás. Hice un máster en agradar a la gente, en mostrar empatía hacia los que me rodeaban y en cumplir sus expectativas sobre mí. Así me gradué en ser amado y ser parte de la tribu.
Fui construyendo mi valía poco a poco, con todo aquello que iba consiguiendo, y al mismo tiempo empecé a desarrollar toda una suerte de capas y corazas para esconder mi vulnerabilidad, mis miedos y mis emociones. Estar bien parapetado y protegido tiene sus ventajas: aprendí a ser muy autónomo e independiente, a tomar mis propias decisiones de una manera fácil y sin pensar mucho en las consecuencias, porque nunca me involucraba emocionalmente. Como además siempre anteponía la felicidad de los demás a la mía propia, siempre era bien recibido y aceptado en todos los círculos en los que participaba. Si todo ello se cubre con una última capa de timidez natural, bajo la que se oculta un bien formado ego, el resultado es (realmente) seductor y el éxito está garantizado.
Pero esto también tiene su parte oscura, su sombra, el precio que tienes que pagar. Renuncié a una parte muy importante de mí, a ser yo como ser humano completo, en definitiva. Renuncié a ser auténtico, a mis sueños, a vivir mi vida y no la que los demás esperaban de mí. Y esto me produjo un desgaste infinito, porque no era natural, era forzado.
Ganar autoconsciencia ha sido para mí sinónimo de recuperar mi libertad. Poner foco y luz a las partes que no me gustaban de mí o a aquello que simplemente me negaba a mirar, me ha permitido abrir nuevos caminos inexplorados que voy recorriendo poco a poco con mi nueva mochila llena de aceptación y curiosidad. ¡Qué diferencia de peso entre ellas y la carga de la exigencia por el miedo a fallar o a ser rechazado!
Ahora ya sé por qué fui de los que “sabían nadar” desde el primer momento. Fui entrenado para ello sin ser yo consciente. Y ¡qué bueno es poder aceptar todos esos regalos, empezar a descubrir otros muchos y hacerlo desde esta nueva perspectiva! Por ejemplo, ahora puedo percibir mi timidez como una fortaleza, como puerta de acceso a mis emociones y así conectar de una manera auténtica con la gente, y no como una debilidad bajo la que esconder algo. ¡Qué diferencia!
A partir de esta recién estrenada libertad para mostrarme tal y como soy, me asaltan varias preguntas. ¿Cómo de habitual es esta experiencia que yo he vivido (o experiencias similares en otros) en la carrera de un directivo o directiva de cualquier organización? ¿Es posible ser directivo, líder, auténtico y libre al mismo tiempo? ¿Cómo encaja todo ello con los intereses de la propia organización? Lo que sí tengo claro es que tiene que haber una manera de vivir la alta dirección diferente a cómo la viví yo. Seguro.
La autoconsciencia no es plena si uno no descubre lo que de verdad es importante para él. El tesoro que todos llevamos dentro, aquello que le da sentido a nuestra Vida.
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