La nueva generación redefine el éxito: ¿renuncia o evolución?

Durante la presentación de Liderazgos transformadores en la Escola de Camins de la UPC, una pregunta del público abrió un interesante melón: ¿Están los jóvenes redefiniendo el éxito? Surgió a raíz del documental de Netflix sobre Carlos Alcaraz, donde el joven tenista afirma querer ser el mejor de la historia, pero disfrutando del proceso como una condición indispensable. A quienes venimos de generaciones entrenadas en el esfuerzo sin medida y la renuncia constante, esa afirmación nos suena, cuanto menos, incómoda. Como si disfrutar fuera incompatible con la excelencia.

Pero lo cierto es que Alcaraz no está improvisando. Conoce su método, sabe qué necesita y se apoya en una estructura de alto rendimiento. No pide permiso para equilibrar su vida, simplemente lo hace. Su enfoque puede parecernos provocador, pero quizás lo verdaderamente provocador sea seguir defendiendo modelos de éxito que han generado tanto sacrificio y sufrimiento como beneficios.

A menudo escucho a mis clientes quejarse de que la juventud de ahora no quiere trabajar, que no tiene cultura del esfuerzo y que huye de las responsabilidades. Siempre les digo lo mismo, que lo único que no quieren es ser como nosotros ni hacer lo que hicimos nosotros. Y hasta que no nos pongamos sus gafas, las que usan para mirar el mundo, solo encontraremos frustración e incomprensión. Les comparto algo personal, porque, en mi caso, tengo muy claro que mis hijos son mejores que yo a su edad. Con mucha diferencia. Tienen más consciencia, más lucidez sobre lo que quieren y, sobre todo, sobre lo que no están dispuestos a sacrificar.

En el mundo corporativo, muchos jóvenes ya no están dispuestos a hipotecar su vida personal, su salud o su libertad a cambio de una carrera brillante. No es falta de ambición, es otra manera de entender el éxito. Una en la que el bienestar no es la consecuencia, sino la condición para rendir.

Confieso que la determinación de muchos jóvenes me genera sentimientos encontrados. Aplaudo que se cuestionen la cultura del sacrificio, pero me preocupa que confundan bienestar con inmediatez. Porque entre desear algo y lograrlo hay un abismo que se llama método, estructura, y constancia. Y no todos lo tienen claro.

Aquí es donde el modelo que despliego en Liderazgos transformadores cobra más sentido. Porque no se trata de elegir entre bienestar o resultados. Se trata de conectar ambos en un sistema sostenible que permita rendir sin quebrarse. Como explico en el capítulo “¡Ya!” del libro no debemos confundir intención con acción, ni deseo con capacidad. La clave está en cómo prepararse para el viaje y qué equipaje emocional llevamos encima.

A los jóvenes les diría: estáis legitimados para cuestionar el modelo que heredáis, pero recordad que el cambio exige método y responsabilidad. Y a los líderes de hoy: dejemos de mirar con condescendencia a quien plantea nuevos caminos. Lo realmente transformador es construir un puente entre generaciones, donde unos aporten su experiencia y otros su necesidad de vivir distinto. Como decía el poeta Rubén Darío, “Juventud divino tesoro”. Y yo añado, “con método”.

La gran pregunta no es si los jóvenes pueden tener éxito “a su manera”, sino si nosotros estamos dispuestos a dejar de exigir que lo hagan a la nuestra.