La segunda oportunidad (VIII): poder, soledad y la ceguera invisible
En estos últimos años, muchas personas me preguntan con curiosidad sobre la complejidad de pasar de un puesto de alta dirección en una multinacional al mundo del coaching. No solo por el cambio de sector, también por la manera de entender y vivir la vida. De ingeniero de caminos, canales y puertos y directivo de éxito a coach es un salto que parece difícil de realizar.
Yo siempre comento que lo difícil no es pasar de que te lleve un chófer a conducir tú mismo, ni de que te reconozcan en todos los restaurantes top a ni siquiera pisarlos, o que te tengas que hacer tú mismo las fotocopias o las presentaciones en PPT. Lo más difícil del cambio ha sido, sin duda, convertirme en aprendiz y que otros ejerzan su rango superior sobre mí.
En el segundo post de esta serie escribí sobre la soledad del directivo al llegar a la cima. Ahora me gustaría explicar cómo se relacionan soledad y ejercicio del poder. Lo he vivido en primera persona durante mucho tiempo. Y no sólo como directivo.
Nací en una familia “bien” por partida doble. Con 6 años en el colegio llevaba corbata y el coche en el que iba normalmente lo conducía un chófer. Desde pequeño me acostumbré a que mandar, tener empleados o estar siempre en un plano superior ejerciendo el poder sobre otros era el pan de cada día. Asociar tener éxito y ganar dinero a estar en esa posición de poder era lo normal.
Hoy en día, el éxito se mide por el poder que uno es capaz de atesorar, entendiendo el poder como la capacidad de influencia sobre los demás. Cuando uno se instala en la ola del éxito y es visto por los demás como un triunfador, lo natural es que empiece a creer que su fórmula es la buena, por motivos obvios.
Eso puede ocurrir en cualquier contexto de la vida, no sólo en las empresas. Estar siempre situado en esta posición modela nuestros comportamientos y nuestra visión de las cosas. Cuanto más poder acumulado en distintos ámbitos, más posibilidades hay de perder la visión objetiva. A más poder, a más influencia, mayor riesgo de ceguera. Una «ceguera invisible».
El camino hacia la «ceguera invisible»
Quien se encuentra en esta situación y no lo advierte ha empezado su camino hacia esa ceguera. Los tentáculos de su ego se transforman en los barrotes de su propia jaula. Su manera de proceder siempre es la acertada y la ceguera le impide calibrar las consecuencias de sus acciones. Pierde las referencias. Su horizonte se limita a su propia experiencia y sus propias creencias. El resto de las personas son las que están equivocadas. Pierde el sentido de la escucha y la capacidad de aprender de los demás. Se coloca por encima de ellos, provocando además que nadie se atreva a decirle lo que realmente piensan de él. Y llega la soledad. Se siente solo porque lo está. Solo y atrapado. Y lo peor, justificándose a sí mismo pensando que es el precio del poder que inevitablemente hay que pagar. Como si no hubiera otro camino. Más «ceguera invisible».
El poder alimenta la soledad. Soledad en el sentido amplio de la palabra.
Si estás en la alta dirección de una empresa significa que, al menos en este ámbito, has tenido éxito. Si en el resto de los círculos de tu vida (familia, amigos, aficiones, etc.) también te colocas —o te colocan— en una posición de poder por el mero hecho de tener éxito profesional, lo más probable es que tu viaje hacia la «ceguera invisible» ya se haya iniciado. Y si además la frase “yo ya sé lo que me hago” te resuena, el estado es avanzado.
En este caso, tu Segunda Oportunidad pasa por ser consciente de ello y estar alerta a las señales que indican esa progresiva pérdida de visión. Te sugiero algunas cosas que pueden ayudar a corregirla:
· Trabaja el músculo de aprender. Busca algún círculo en el que tu posición sea la de “estudiante» o «aprendiz”. Sé el último de la fila y que el poder de los demás te influya.
· Pide feedback permanente a aquellas pocas personas que sabes que te dirán las verdades sin tapujos. Recíbelo como un regalo, una oportunidad de recuperar parte de la visión perdida.
· Contrata a un asesor externo profesional (Trusted Advisor) que te ayude en este cometido.
Recuerdo mi primer workshop con mis compañeros de AddVenture. A la hora de presentar al equipo de facilitadores en un auditorio con cien participantes, el que lideraba el programa me presentó como “el que lleva la L de prácticas”. El último de la fila, vaya. Así era.
Creo que, en ese momento, recuperé una buena dosis de mi visión perdida y se me fueron muchas de las trazas del Director General que, de un modo inconsciente, siempre ha vivido en mí. Desde entonces hasta ahora, el feedback continuo forma parte de mi vida, y siempre estoy alerta de cuándo me estoy colocando, de una manera sutil, por encima de los demás. Porque la cabra tira al monte.
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